Respeto
Para Los Derechos Humanos |
¡Esto
Es Lo Que Hay Que Globalizar!
Discurso de Paul Hoffman, presidente de Amnistía Internacional
III Foro Social Mundial (FSM), Porto Alegre, enero de 2003
Estimados
amigos:
Es para
mí un enorme privilegio disponer de esta oportunidad en la que
poder compartir la visión de Amnistía Internacional sobre
la globalización. Mi interés no se centra en la globalización
del comercio y las inversiones, sino en la globalización de los
derechos humanos.
Comparezco hoy ante todos ustedes en representación de más
de un millón de miembros de Amnistía Internacional de
todo el mundo. Nuestros miembros, jóvenes en su mayoría,
luchan desde hace años contra el encarcelamiento por motivos
políticos, contra la tortura y los homicidios extrajudiciales.
Lo que nosotros queremos es que acaben estas amenazas a la libertad
humana. Pero también nos movilizamos para que se ponga fin a
la discriminación, a la pobreza extrema y a la explotación
de los más vulnerables en nuestras sociedades. Por decirlo en
tres palabras: Queremos otro mundo.
El mensaje que quiero transmitirles hoy en nombre de los miembros de
Amnistía Internacional es que una perspectiva de derechos humanos,
y el activismo que lleva aparejado, pueden resultar muy útiles
en la lucha contra los efectos negativos de la globalización
económica.
Nos hemos reunido aquí en torno a una consigna de esperanza y
potenciación de capacidades: «Otro mundo es posible».
Nosotros creemos que los valores que entraña el concepto de derechos
humanos son esenciales para la realización de ese otro mundo
posible. De hecho, ese otro mundo por el que trabajamos ha de ser un
mundo en el que cada una de las personas que habitan este planeta disfrute
de una vida de libertad y de dignidad. Resumiendo: una vida en la que
todos tengan garantizados sus derechos humanos básicos.
Amnistía Internacional no es una organización «anti»-globalización.
En absoluto. Nuestra organización se fundó hace 40 años
en la convicción de que si se violan los derechos humanos de
las personas en un país, ello debe ser objeto de preocupación
para todo el mundo, en todo el mundo. Nuestro credo fundacional, desde
nuestros orígenes, ha sido: «Los derechos humanos no tienen
fronteras».
De hecho –y lo que voy a decir lo diré con cautela (pero
es cierto)–, desde muy pronto fuimos «libremercadistas».
El proteccionismo al que nos oponíamos, sin embargo, era el que
situaba la soberanía del Estado por encima de los derechos humanos,
el que fijaba fronteras territoriales como barrera contra todo escrutinio
o acción exterior. El «producto» que exportábamos
globalmente no era otro que la sencilla idea de que los gobiernos tienen
que respectar y proteger los derechos humanos fundamentales, y que cuando
a los Pinochets del mundo no se los hace rendir cuentas en sus países,
es el resto del mundo el que tiene la obligación de hacer que
torturadores y asesinos salden las cuentas que tienen pendientes dondequiera
que se los encuentre.
Hace cuarenta años, cuando el movimiento en pro de los derechos
humanos era joven, éste era un mensaje globalizador. Y hoy lo
sigue siendo. Por ello, no es que nos opongamos a la globalización,
sino que no podemos aceptar una globalización que condene a más
de mil millones de personas a una vida de privaciones incompatible con
la dignidad humana básica.
¿Por qué tanto interés por las crecientes oportunidades
de inversión y tan poco por la globalización del respeto
a los derechos humanos? ¿Por qué se centra toda la atención
en normas vinculantes para la resolución de controversias comerciales
y se presta tan poca a la rendición internacional de cuentas
en relación con las obligaciones que los Estados tienen contraídas
en materia de derechos humanos? ¿Por qué se exige el desmantelamiento
de las barreras al comercio cuando se erigen otras contra los desplazados
por la globalización económica y las guerras?
Globalicemos, sí, pero globalicemos la justicia y la igualdad,
globalicemos el respeto por los derechos humanos y hagamos que sea global
nuestra lucha para acabar con la impunidad. Este es nuestro programa
de globalización.
Construir
otro mundo: la aportación de los derechos humanos
¿En qué modo puede ayudar la perspectiva de los derechos
humanos a nuestra lucha por construir otro mundo? Déjenme que
les indique las tres formas en que pueden hacerlo el derecho y el activismo
en pro de los derechos humanos.
• en primer lugar, la perspectiva de los derechos humanos aporta
una brújula moral para el camino que se ha de seguir; nos recuerda
siempre por qué lo que importa son las desigualdades globales
y por qué tenemos que movilizarnos globalmente para combatirlas;
• en segundo lugar, el derecho en materia de derechos humanos
aporta unas normas globales basadas en unos valores fundamentales y
ampliamente compartidos para el nuevo mundo que pretendemos construir;
y
• en tercer lugar, la perspectiva de los derechos humanos identifica
los objetivos de nuestro activismo en pro de esos derechos, de tal forma
que nos ayuda a centrar nuestras acciones y hacerlas más eficaces.
Permítanme que les diga algo sobre cada una de estas ideas, sobre
las que espero que tanto yo como otros colegas de Amnistía Internacional
presentes aquí en Porto Alegre tendremos ocasión de conversar
y debatir con ustedes durante los próximos días. Estamos
aquí para aprender de otros activistas y movimientos cómo
podemos hacer que nuestro propio activismo sea más eficaz.
Nuestra
humanidad común
El punto de partida del derecho internacional en materia de derechos
humanos, es decir, el de todos los tratados y normas adoptadas en el
último medio siglo por las Naciones Unidas y las organizaciones
regionales, es que todos los seres humanos tienen ciertos derechos básicos.
Disfrutamos de estos derechos no porque seamos ciudadanos de un Estado
concreto, miembros de un partido político o devotos de un credo
particular. Tenemos estos derechos porque somos humanos, independientemente
de dónde vivamos o de quiénes seamos.
La Declaración Universal de Derechos Humanos no habla de Norte
y Sur, Este u Oeste, ni de países donantes o «mercados
emergentes». Las palabras que contiene rompen estas barreras y
parten de la base inicial de nuestra común humanidad. Esto dice
su preámbulo:
Considerando
que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el
reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales
e inalienables de todos los miembros de la familia humana,
Y ya en el primer artículo, la Declaración proclama:
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos
y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse
fraternalmente los unos con los otros.
¿Por
qué es tan importante este concepto de humanidad común?
En primer lugar, porque nos dice que el punto de partida de cualquier
análisis económico, social, cultural o avance político
deben medirse por las mejoras en las vidas humanas individuales. Y en
segundo lugar, porque nos recuerda que todas las vidas humanas son igual
de importantes cuando realizamos esos análisis.
Nos indignan las desigualdades globales porque, y vuelvo a citar, «todos
los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos».
Nadie, y menos que nadie ningún gobierno, puede sentirse satisfecho
en un mundo en el que más de mil millones de nuestros congéneres
humanos viven en condiciones de pobreza extrema. Al compararnos nosotros
mismos con los demás, la perspectiva de derechos humanos nos
exige ir más allá de conceptos como conciudadano, cofrade
religioso, casta o clase.
En Amnistía Internacional estamos convencidos de que es este
punto de partida el que ha de estar en los cimientos de ese otro mundo
que queremos construir. Y esto tiene muchas consecuencias:
Por ejemplo,
• los ciudadanos de un país, independientemente de lo poderoso
que sea, no pueden comprar su seguridad si su precio es la inseguridad
de otras personas en otros lugares;
• las libertades de un grupo minoritario serán sólo
ilusorias si ello supone mayor represión para otros grupos.
Sin embargo, la retórica utilizada por los gobiernos inmersos
en la así llamada «guerra contra el terrorismo» ha
estado orientada a la exclusión de ciertos grupos de la «familia
humana». Se considera que presuntos «terroristas»
o «combatientes enemigos» han perdido todo derecho a ser
tratados como seres humanos dotados de derechos humanos básicos:
en la «guerra contra el terrorismo» puede haber zonas libres
de derechos humanos. Ese mismo idioma deshumanizador se ha utilizado
para justificar el trato inhumano que se ha dispensado a los presos
como parte de la «guerra contra la delincuencia», para demonizar
a los refugiados en virulentas campañas antiinmigración
y para perseguir a las minorías sexuales en nombre de la cultura
o la religión.
Todas estas «guerras» y campañas buscan desviar nuestra
atención de los sencillos pero revolucionarios principios que
encarna la Declaración Universal de Derechos Humanos, unos principios
tan pertinentes en el año 2003 como lo fueron ya en 1948. Léanse
la Declaración Universal y piensen qué clase de mundo
habitaríamos si de verdad todos los seres humanos disfrutaran
de esos derechos.
Una visión global: la vida en libertad y con dignidad
La perspectiva desde los derechos humanos ofrece una visión global
de lo que constituye una vida vivida con dignidad y en libertad. Protección
a la vida, libertad y seguridad, derechos a la libertad de expresión,
a la participación política, protección de la privacidad,
derechos de la familia y a un juicio justo; pero igualmente derecho
a la educación, a la salud, a la seguridad social, al trabajo
y el derecho básico a un nivel apropiado de vida, a la vivienda,
a agua potable, a comer.
La perspectiva de los derechos humanos hace especial énfasis
en la no discriminación. Garantiza estos derechos por igual,
independientemente de la raza, el credo, el color, el sexo, la casta
o la clase. Ofrece también una protección especial y extraordinaria
a los grupos más vulnerables y desfavorecidos de nuestras sociedades.
El derecho internacional de derechos humanos es mucho más que
los derechos civiles y políticos. Va mucho más allá
del limitado concepto que se circunscribe a la protección del
ciudadano de las injerencias del Estado en sus libertades fundamentales.
La perspectiva de los derechos humanos hace igual énfasis en
la idea de la dignidad humana y en lo que se requiere que hagan los
Estados (en términos positivos) para garantizar que la vida se
vive con dignidad.
Durante demasiado tiempo se ha prestado demasiada poca atención
a los derechos económicos y sociales y, en este respecto, Amnistía
Internacional comparte algo de la culpa. Hasta hace bien poco nuestra
organización no se había comprometido a trabajar por toda
la variedad existente de derechos humanos. Durante cuarenta años
hemos luchado por la libertad de los Presos de Conciencia y hemos emprendido
campañas para acabar con las «desapariciones», los
homicidios arbitrarios y la tortura. Nuestro objetivo ha sido asegurarnos
de que se rendían cuentas por la comisión de estos crímenes,
y por que terminase la impunidad como forma de impedirlos en el futuro.
Ahora tenemos que convencer al mundo de que la pobreza extrema crea
sus propios tipos de cárceles, de que la arbitrariedad en el
modo en que funciona la justicia afecta al medio de vida no menos que
a la vida misma, y de que la inseguridad que genera el hecho de levantarse
cada mañana con hambre, sin un techo ni un empleo, puede ser
tan terrorífica como la que infunde una fuerza policial represiva.
No es tarea fácil. El activismo en favor de los derechos económicos
y sociales empieza a moverse y, tras dar pasos dubitativos desde hace
ya mucho, Amnistía Internacional está plenamente comprometida
en el trabajo por conseguir, en unión de otros, esos derechos.
Otra barrera para completar la protección de los derechos humanos
es la distinción artificial entre la esfera pública de
la actividad política y la esfera privada del hogar en la teoría
internacional del derecho. En la práctica, esto ha significado
que la tortura experimentada por millones de mujeres en forma de violencia
doméstica ha estado a resguardo de todo escrutinio del movimiento
de derechos humanos, más preocupado por otras formas tradicionales
de tortura patrocinada por el Estado. Los defensores y defensoras de
los derechos humanos de la mujer en todo el planeta han denunciado lo
inadecuado de este enfoque y han ayudado a transformar el concepto mismo
de derechos humanos para hacerlo más receptivo al mundo que en
realidad viven las mujeres. Pese a la lentitud de Amnistía Internacional
en incorporarse a esta lucha, tenemos ahora prevista para el próximo
año una importante campaña internacional en contra de
la violencia ejercida contra las mujeres que, esperamos, sirva para
compensar el tiempo perdido.
En esta visión global de los derechos humanos no valen las jerarquías
ni las prioridades. Antes solía hablarse de «primera»,
«segunda» o «tercera» generación de derechos
humanos. Durante la Guerra Fría, occidente adelantó el
argumento de que los derechos políticos eran prioritarios a los
sociales, y muchos países socialistas y en desarrollo adoptaron
la postura contraria.
Este debate es ya añejo y no tiene sentido. Los derechos humanos
son interdependientes. El derecho a la libertad de expresión
no es más que un concepto vacío si las personas que quieren
expresarse son analfabetas y se les niega la educación. Asistir
a una escuela apenas sirve para cumplir el expediente si para lo que
se utiliza es para fomentar la intolerancia o para mantener a un régimen
represivo en el poder.
La interdependencia de los derechos humanos nos recuerda que, a medida
que construimos un mundo mejor, superando desigualdades, injusticias
y represiones, no tenemos que olvidar que no podemos ganar la justicia
social y económica a la que aspiramos a expensas de las libertades
civiles y políticas. Con demasiada frecuencia se han sacrificado
los derechos humanos en el altar del desarrollo económico. Y
de igual modo, unas elecciones libres, unos medios de comunicación
libres y una sistema judicial operativo no pueden nunca, por sí
solos, sacar a las gentes de la pobreza extrema. El hecho de que en
los países más ricos centenares de miles de personas carezcan
de un hogar o dependan de la beneficencia para su próxima comida
es prueba suficiente de la falta de una visión de la libertad
constreñida en los derechos civiles y políticos.
La interdependencia e indivisibilidad de los derechos humanos nos recuerda
que, cualquiera que sea el programa político concreto que decidamos
elegir (a medida que avanzamos hacia el objetivo de un mundo mejor)
es menos importante que el hecho de que su contenido dé cumplimiento
a todos los derechos humanos: vidas de dignidad y libertad.
Las obligaciones
de quienes están en el poder
La perspectiva de derechos humanos hace hincapié en las obligaciones.
Los derechos implican deberes: la exigencia a otros para que respeten
esos derechos. Los derechos humanos imponen deberes sobre las autoridades
políticas y sobre quienes están en el poder. Si queremos
construir un mundo mejor, tenemos que definir qué es lo que las
autoridades estatales deberían estar haciendo de otro modo. La
perspectiva de los derechos humanos no es mera retórica. En los
últimos cincuenta años, los organismos internacionales
han definido con cierto detalle lo que los gobiernos deben hacer (o
más bien lo que deben abstenerse de hacer) para cumplir las obligaciones
que tienen contraídas en materia de derechos humanos.
Por ejemplo, más de 145 gobiernos han expresado un compromiso
claro en relación con el derecho a la salud, derecho que incluye
obligaciones relativas al acceso a medicamentos asequibles. En un mundo
justo, estos compromisos deberían primar sobre las protecciones
existentes sobre las patentes. Podrían darse otros muchos ejemplos.
El derecho en materia de derechos humanos no siempre dará respuestas
claras, pero en esos debates sí aportará unos principios
firmemente asentados sobre derechos individuales y rendición
de cuentas.
Quizá incluso de mayor pertinencia directa para el Foro Social,
sin embargo, sea el hecho de que es posible aplicar el derecho internacional
en materia de derechos humanos a otros agentes distintos de los gobiernos.
Esos otros agentes (las instituciones financieras internacionales y
las empresas transnacionales) tienen también un claro deber de
respetar los derechos humanos. Estas obligaciones legales transcienden
las fronteras nacionales.
Este argumento ha sido reiteradas veces aceptado en relación
con los derechos civiles y políticos. Las leyes de muchos países
reconocen que las autoridades tienen que actuar cuando en otros países
se dan la tortura o la represión: por ejemplo, mediante impedimentos
al envío de armamento a ese país o la detención
de presuntos torturadores si viajan al extranjero. Ahora tenemos también
que globalizar las obligaciones que afectan a los derechos económicos,
sociales y culturales; tenemos que exigir, por ejemplo, que la legislación
sobre patentes de un país no pueda aplicarse de forma que niegue
a las gentes de otros países el acceso a medicamentos que salvan
vidas.
También a las empresas se las puede incorporar al marco del derecho
internacional en materia de derechos humanos. En mi condición
de abogado defensor de los derechos humanos en Estados Unidos, he tenido
ocasión de participar en multitud de casos en los que se ha utilizado
el derecho internacional de derechos humanos como medio para hacer rendir
cuentas a empresas multinacionales por su complicidad en la violación,
en otros países, de derechos humanos reconocidos internacionalmente.
En un caso que se ha dado en California, por ejemplo, estamos reclamando
que la UNOCAL, una importante compañía petrolífera
estadounidense, rinda cuentas por haber constituido una entidad empresarial
conjunta (una joint venture) con el régimen represivo militar
de Birmania: el gasoducto construido por esa entidad se ha hecho sobre
las espaldas de los residentes en la región, que han sido sometidos
a trabajo forzado.
Esta perspectiva de los derechos humanos está siendo utilizada
por birmanos pobres y desplazados, que no pueden obtener justicia en
su propio país, para conseguirla basándose en las obligaciones
internacionales que tiene contraídas la UNOCAL y que transcienden
a las que está obligada por su legislación nacional. Durante
demasiado tiempo, las empresas que actúan globalmente han explotado
las debilidades de las distintas legislaciones nacionales y han sido
copartícipes de violaciones de derechos humanos con impunidad.
El derecho internacional en materia de derechos humanos es parte de
la solución al problema de la rendición de cuentas en
el mundo empresarial y a la creación de un marco regulador universal
que permita una globalización consecuente con la libertad y la
dignidad de las personas. Queda aún mucho camino por recorrer,
pero el derecho internacional de derechos humanos ha ayudado ya a que
se produzcan cambios en los términos del debate en curso.
Los valores
de los derechos humanos
Algunos críticos de los derechos humanos solían aducir
que esta perspectiva era demasiado neutral y que, haciendo caso omiso
de las estructuras de poder y de las realidades de la desigualdad material,
proporcionaban sólo una ilusión de libertad e igualdad.
A esta crítica se le añadía esa otra que afirmaba
que la perspectiva de los derechos humanos era en exceso legalista.
El derecho internacional en materia de derechos humanos, sin embargo,
no es neutral. No refrenda ideologías políticas concretas
ni sistemas de gobierno específicos. Por el contrario, sí
refrenda, y defiende, valores clave: la tolerancia, la igualdad, la
no discriminación, la libertad y la solidaridad humana. Estos
valores constituyen el fundamento del mensaje de este Foro. El hecho
de que estos valores estén estructurados en un sistema de derecho
internacional debe considerarse como una fortaleza, no como una debilidad.
La Declaración Universal de Derechos Humanos no es un documento
legalista. Encarna las demandas de los pueblos de todos los rincones
del planeta que exigen un mundo más justo.
Utilicemos el lenguaje de los derechos humanos para trascender fronteras
y barreras de todo tipo, y el derecho internacional en materia de derechos
humanos para fortalecer la rendición de cuentas.
Conclusión
El Foro Social Mundial ha recordado una vez más al mundo la realidad
de que centenares de millones de conciudadanos nuestros viven en la
pobreza y en la inseguridad. Como activistas de derechos humanos compartimos
el sueño de construir un mundo distinto.
Lo que ahora hace falta, sobre todo lo demás, es volver a comprometernos
con unos principios fundamentales que los Estados acordaron solemnemente
hace más de cincuenta años, en la estela que dejaron tras
de sí los horrores de la última guerra global.
El artículo 28 de la Declaración Universal proclama:
Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional
en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración
se hagan plenamente efectivos.
Un mundo
así habría de organizarse de tal forma que pusiera el
valor no sobre los sistemas, los procesos económicos o el tamaño
del presupuesto de defensa de un país, y por supuesto no sobre
la inversión extranjera directa, sino sobre vidas humanas individuales
de libertad y dignidad.
¿Tendremos
que padecer otra guerra global antes de que nuestros líderes
actúen como si importaran esos principios?
Nos unimos
a ustedes en la respuesta: ¡No!